La idea de desmantelar la Esma —el mayor centro de torturas de la dictadura argentina— aireada por Victoria Villarruel, candidata del ultra Javier Milei a la vicepresidencia de Argentina, ha sacudido la campaña electoral en el país, que acude a las urnas este domingo. Pero este centro, convertido en Museo de la Memoria y que la candidatura de Milei pretende convertir en una escuela, es, desde el pasado septiembre, patrimonio universal de la Unesco. Esa designación no fue un hecho aislado: forma parte de un esfuerzo del órgano para la cultura de Naciones Unidas para proteger y difundir la memoria de los horrores de los siglos XX y XXI. Hasta 2023, solo dos lugares relacionados con las guerras del presente habían recibido el mayor reconocimiento al que puede optar un monumento internacional: el campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, en 1979, y el Memorial de la Paz de Hiroshima, en 1996.
Sin embargo, este año, en la reunión del Comité del Patrimonio Mundial, celebrada en Riad en septiembre, fueron designados tres lugares vinculados al primer gran conflicto del siglo XX, así como a crímenes contra la humanidad y genocidio: “Museo y Sitio de la Memoria Esma – Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio”, en Argentina; “Sitios conmemorativos del Genocidio: Nyamata, Murambi, Gisozi y Bisesero”, en Ruanda; y “Los lugares funerarios y de memoria de la Primera Guerra Mundial (Frente Occidental)”, de Bélgica y Francia. Y se trata solo del principio de un movimiento mucho más amplio que pretende incidir en la memoria del pasado reciente para tratar de frenar los horrores del presente.
Al criticar que la Esma funcione como un Museo de la Memoria, la diputada Victoria Villarruel no solo se enfrentó a un amplio consenso sobre el pasado dentro de su propio país, sino a una tendencia de una parte muy significativa de la comunidad internacional, que trata de buscar en la memoria física del horror, cuajada en edificios, cementerios y memoriales, una forma de abrir un debate sobre la actualidad.
“La inscripción de esos monumentos marca una nueva etapa en el papel del patrimonio universal en todo el mundo”, señala un portavoz de la Unesco. Este paso, que representa un claro cambio en la función didáctica y protectora del patrimonio universal, se ha dado después de años de dudas, informes y discusiones públicas reflejadas en numerosos documentos. La idea que late detrás de la voluntad de mirar hacia un pasado mucho más reciente —y terrible— es obligar a reflexionar sobre el presente, sobre las consecuencias del odio y la violencia.
“En 2018, los Estados miembros y los expertos en patrimonio decidieron iniciar un debate específico sobre el tema, para determinar si la Convención del Patrimonio Mundial es realmente una herramienta pertinente para los sitios de memoria asociados a atrocidades y conflictos recientes”, agrega el portavoz del órgano de Naciones Unidas. “Este diálogo concluyó a principios de 2023, reconociendo que estos sitios de memoria pueden tener un valor universal, y que tienen un papel clave que desempeñar en la consolidación de la paz, que es el objetivo primordial de la Unesco”.
Adoptada por la Unesco en 1972, la lista de Patrimonio Mundial pretende reconocer monumentos o lugares “que tienen un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, el arte o la ciencia”. También incluye espacios naturales excepcionales, como el parque de Doñana. Actualmente, hay 1.199 lugares inscritos en 168 países (aunque 48 son transfronterizos), pero solo 21, apenas el 2%, corresponden a sitios asociados con conflictos recientes y memorias negativas y controvertidas, desde la esclavitud —forma parte la isla de Gorée en Senegal, de donde salieron miles de seres humanos esclavizados— hasta la tortura y la exterminación, como Auschwitz, Ruanda o la Esma.
Frente a los sitios que tradicionalmente han formado parte del Patrimonio Universal de la Unesco, monumentos o espacios naturales de una belleza extraordinaria que han dejado una huella en la historia humana —en España están, entre muchos otros, la mezquita de Córdoba, los cascos antiguos de Segovia o Cáceres, el mudéjar de Aragón o el arte paleolítico cántabro—, los lugares de memoria son, en muchos casos, espacios que reflejan acontecimientos, casi siempre traumáticos. Se trata en la mayoría de los casos “de monumentos involuntarios”, como señala un documento de la Unesco.
El primer lugar inscrito fue Auschwitz, el campo de concentración y exterminio nazi alemán, situado actualmente en el territorio Polonia, que entró en la lista en 1979. Como explican los expertos Olwen Beazley (australiano) y Christina Cameron (canadiense) en uno de los informes previos que prepararon antes del cambio de doctrina en la Unesco, fue una decisión compleja y se consideró entonces única. “La sesión del Comité del Patrimonio de 1979 planteó el principio de excepcionalidad a través de la inscripción de un sitio único que simboliza muchos otros sitios análogos”, explican.
Los siguientes pasos se dieron en medio de polémicas más o menos intensas. La designación, por ejemplo, de Hiroshima, la ciudad japonesa contra la que se lanzó la primera bomba atómica de la historia, en agosto de 1945, provocó los recelos de China, que sufrió los horrores de la ocupación japonesa, y de Estados Unidos, responsable del bombardeo contra una ciudad que era claramente un objetivo civil y que mató al instante a más de 60.000 personas. En 2010, fue designado el Atolón de Bikini, donde tuvieron lugar ensayos nucleares.
Pero fue este año cuando se produjo el gran salto, con las tres designaciones y, sobre todo, la intención de la Unesco de continuar por este camino. Actualmente, existen diez lugares, presentados por otros tantos países, asociados a la memoria de conflictos recientes, entre ellos, las playas del Desembarco de Normandía en el Norte de Francia. España, por ahora, no ha presentado ninguno.
En el caso de la Esma, por ejemplo, la argumentación de la Unesco se refiere tanto al sitio en sí como a su valor global como símbolo de la represión de las dictaduras militares de América Latina. “El Museo y Memorial Esma está íntima y materialmente asociado y es altamente representativo de la represión ilegal de opositores y disidentes armados y desarmados, llevada a cabo y coordinada por las dictaduras latinoamericanas en las décadas de 1970 y 1980 y basada en la desaparición forzada de personas, en un clima de tensiones geopolíticas globales entre visiones del mundo opuestas sobre el orden sociopolítico del mundo”.
Sin embargo, como demuestran las declaraciones de Victoria Villarruel, uno de los peligros de la declaración de lugares de memoria como Patrimonio Mundial es que puedan ser utilizados para dividir y enfrentar. Y la Unesco siempre ha sido consciente de ese riesgo: de hecho, una de las condiciones para que un lugar de memoria entre en la lista es que exista un consenso. Nunca se declarará un lugar de memoria si algún otro Estado se opone.
En una de las reuniones celebradas durante el proceso de cambio de doctrina, celebrada en París en diciembre de 2019, los expertos advirtieron que “en contra de los objetivos de la Unesco, la memorialización de los sitios de memoria puede mantener y ser fuente de disensiones y conflictos. Los sitios asociados a conflictos recientes y otros recuerdos negativos y controvertidos son especialmente vulnerables a la manipulación por parte de partidos políticos y otros grupos de presión cuya agenda alimenta las divisiones”. Exactamente, lo que acaba de ocurrir en Argentina.
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