Es la ley de Novak Djokovic. No importa dónde, ni cuándo, ni cómo. Da igual la circunstancia. Poco importan las dinámicas, los estados, las emociones. No hay demasiada lógica en ese ejercer marciano que dura, dura y dura. Simplemente sucede. Ocurre ahora en el Pala Alpitour de Turín, testigo de una reacción magistral que guía al serbio al desenlace de esta Copa de Maestros tan ciclotímica. Renqueaba el de Belgrado y venía como un tiro Carlos Alcaraz, amenazante, efervescente el murciano, en ese puntito de ebullición que tanto le gusta y que suele ser el anticipo de algo grande. Pero ahí está Nole, jerárquico y resolutivo, dictando con el revés y ahora, presente otra vez en el desenlace de un torneo que se conoce el dedillo. El balcánico festeja (6-3 y 6-2, en 1h 28m) y el español se encoge de brazos: no hay manera. No ante este Djokovic. No será posible el duelo con Jannik Sinner, que a media tarde ha derribado a Daniil Medvedev.
El número uno es un trampantojo permanente. Insinúa una cosa, pero sencillamente juega al despiste. No está, pero de repente se ha hecho con todo el territorio. Sucede otra vez en esta semifinal nocturna que comienza de una forma y en un visto y no visto, gira en la otra dirección. Otra vez, una trampa. ¿Cómo es posible? Sencillo: Djokovic. ¿Otra vez? Sí, Djokovic. ¿Cómo demonios tiene el serbio esa habilidad para darle la vuelta a todo y de rehacerse? Fácil, Djokovic. No hay que buscarle tres pies al gato. No hay misterios. Sencillamente tiene una pista dentro de la cabeza y ejecuta como ninguno, con esa pulcritud en el golpeo y esa clarividencia en la mente. Alcaraz ha salido decidido, profundo, dañino, pero sin darse cuenta se ve dentro de un remolino infernal, sometido a una situación de estrés que desata su risa floja. Esta vez, el gesto no responde al disfrute, sino a la resignación.
La grada se lo pasa pipa en la elegante noche turinesa. “Este torneo es impresionante”, dice Tomás, el tío de Carlitos. El box del murciano está abarrotado y su hermano Álvaro mueve nervioso las piernas, sin parar. Tampoco se lo puede creer. Carlitos ha salido como los ángeles y Djokovic iba a remolque en el peloteo hasta ese instante, pero un par de instantes de fuego le bastan al balcánico para voltear la situación y arrancarle de las manos al murciano el mando del partido. No hay vuelta atrás. El portento se ha levantado. Alza el puño, primero, y se enciende otra vez tras un excelso procedimiento en la red, tres toques de espadachín y un certero remate a bocajarro que caldea todavía más la atmósfera. Huele a gasolina: “¡No-le, No-le, No-le!”.
De menos a más, el que aprieta ahora de lo lindo es él. Ha metido la sexta marcha con todo lo que ello significa; velocidad de crucero y restos por doquier, devoluciones desde todas partes y escorzos perfectos ante cada arremetida del español, que mira al banquillo, maldice e intenta encontrar una respuesta que no llega. No hay manera. Da igual dónde ponga la bola o por dónde acometa. No da con la vía y progresivamente va perdiendo fuelle. El ánimo se resiente, lógico. Tira un revés a la red y la rotura despliega definitivamente la alfombra roja para Djokovic, que experimenta con las alturas y levita sobre el tapiz del Pala Alpitour. Mete la directa. No perdona Nole, que a partir de ese momento navega cómodamente en un escenario que le beneficia: la defensa prevalece sobre la agresividad.
Cierra con un saque directo el primer parcial y el tenis de Alcaraz sigue ensuciándose. No está fino el chico con el revés y cuando trata de meterse en la pelea, recibe un bastonazo que lo hunde; un pasante cruzado del serbio aborta la intentona y sentencia. Puño en alto, otra vez. En esta ocasión, los números marcan la diferencia. Alcaraz deja una tarjeta con tantos tiros ganadores como errores no forzados, 22; por el contrario, el rival no necesita esta vez de munición; los 11 winners valen el doble gracias a la precisión, con tan solo ocho fallos. Es Djokovic en estado puro, crecido e inabordable. El robot. Qué mérito tuvo aquello de Wimbledon, en julio. Triunfador en Londres, no encuentra rendija Alcaraz esta vez y se inclina en el último episodio de la temporada para él. Primer Masters, unas semifinales. Favorable la experiencia. Nole es mucho Nole.
“Mis hijos [llegaron dos días antes a Turín] me han dado mucha motivación y la fuerza para combatir esta tarde. Cuando ellos crezcan podrán ver que he hecho algo dificilísimo. Se han perdido un par de días de colegio”, bromea antes de enfilar su novena final, las mismas que Ivan Lendl. “Sabía que iba a ser un partido con mucha intensidad, siempre ha sido así con Carlos. Es uno de los jugadores más completos a los que me he enfrentado en mi vida. Es muy dinámico, muy veloz, capaz de hacer muchas cosas. Es una victoria para mí. Desde que hice el break [para el 4-3 del primer parcial] me he sentido libre. Saqué bien cuando debía, ha sido un partido perfecto para mí”, ensalza antes de retirarse hacia el vestuario para diseñar la enésima encerrona: si venciera este domingo a Sinner, lograría su séptimo título y se desmarcaría de Federer. Sencillamente, Djokovic.
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