No existen registros en la carrera de Antonio Rüdiger de penaltis lanzados durante los 90 minutos, o incluso en la prórroga, de un partido. Lo suyo son las tandas y, además, la parte final de ellas, cuando los tiradores más dotados o preferentes ya han pasado por la silla eléctrica o han declinado el ofrecimiento, como Fede Valverde en el Etihad. El alemán solo aparece en esos trances en los que la tensión lo confunde todo.
En Mánchester, surgió en ese abismo, apuntilló al City y, sobre todo, cerró un círculo personal. Hace un año, fue el sacrificado en el 4-0 tras atar en corto en la ida a Erling Haaland, y en este volvió a reducir al noruego en ambas citas y se apuntó el bingo decisivo desde los 11 metros. Más madera para su gran crecida.
Antes del thriller de este miércoles, solo había constancia de dos penas máximas suyas en el fútbol profesional, según la base de datos de la empresa internacional Opta que abarca en este apartado desde la 2013-14. Ambas, en la muerte súbita. En agosto de 2021, en la Supercopa de Europa contra el Villarreal, fue el séptimo del Chelsea en ponerse frente a Sergio Asenjo. Se lo mandó a su derecha y gol. El siguiente en hacer el paseíllo fue Raúl Albiol, se lo detuvo Kepa y los blues se adjudicaron el título (6-5).
Seis meses más tarde, Rüdiger tampoco figuró entre los primeros lanzadores del Chelsea en la final de la Copa de la Liga ante el Liverpool. Fue el sexto. De nuevo, cuando más apretaba la soga. También burló al portero, Caoimhín Kelleher, se la envío a la izquierda, y gol. El trofeo, eso sí, lo levantaron los red porque Kepa —otra vez protagonista— erró el undécimo tiro de un serial interminable (10-11). El vasco había salido solo para ese momento, igual que la noche del Villarreal.
Y frente al City, tercer lanzamiento en su trayectoria y para adentro. Tampoco estaba entre los cinco primeros, pero Valverde dijo que no podía con su vida y el quinto turno le cayó a Rüdiger, que se ofreció a la causa. Aunque su labor en la tanda comenzó unos minutos antes, cuando Mateo Kovacic se aproximó al balón. El croata es su mejor amigo en el fútbol. Coincidieron tres temporadas en el Chelsea, pero llegado el momento de atravesar el desfiladero, el alemán no atendió a sentimentalismos y le levantó el brazo desde la distancia a Lunin para indicarle que se tirara a la derecha. Ahí golpeó el balcánico y ahí se la sacó el ucranio.
Su intervención clave en la tanda del Etihad después de volver a salir vencedor del cuerpo a cuerpo con Haaland elevó aún más la nota global de su curso. Empezó en agosto donde estaba, a rebufo de Militão y Alaba, pero la grave lesión del brasileño le abrió una ventana que ha terminado ocupando por completo. Él ha recibido la confianza del cuerpo técnico y este ha agradecido que el germano haya sabido corregirse para evitar algunas pequeñas desconexiones que a veces le lastraban. Un problema que ya arrastraba de su época en el Chelsea.
Nada ha representado mejor su ascenso que los enfrentamientos con Haaland. El del año pasado le sirvió para hacer palanca y estos dos recientes han apuntalado sus mejores meses en el Madrid. En la preparación de la eliminatoria, no ha habido grandes novedades en la planificación del marcaje. “Asumo el duelo de manera personal”, había proclamado en la ida Rüdiger, que pidió controlar el suministro de pases al ariete.
El palo de hace un año
En los tres encuentros frente al noruego en el último año, el delantero no ha marcado y apenas ha acumulado cuatro remates a portería. Este miércoles, eso sí, mandó una al palo. En la suma de los tres choques, no ha llegado ni a un gol esperado (0,94). Hace una semana, se quedó en 0,07. Este miércoles, al inicio de la prórroga, pidió el cambio. La única concesión de Rüdiger en medio del maremoto, más allá de la clara ocasión fallada en la prórroga, fue el despeje blando que originó el empate.
“Sí, sí, va a jugar la vuelta”, respondió entre risas Ancelotti el pasado sábado. La pregunta venía a cuento, o así se lo tomó el italiano, de la ausencia del central hace un año en el 4-0. Una decisión en la que el técnico, por acción u omisión, jugó al despiste. Militão volvía de una sanción, así que sobraba uno. Le preguntaron cuatro días antes a Carletto si el alemán jugaría en el Etihad tras su gran marcaje a Haaland en el Bernabéu y, por su respuesta, todos entendieron que sí. Hasta que el técnico se descolgó ya en Mánchester con que pensaba que le habían preguntado por Rodrygo. Había dejado correr el pequeño lío y Rüdiger, finalmente, fue suplente. “El entrenador no me pidió perdón y no tiene que hacerlo. Lo debo aceptar, aunque fue complicado”, confesaba hace unos días el alemán.
Esta vez, no hubo dudas ni despistes. Primero dirigió una defensa que sobrevivió a un asedio y luego apareció por tercera vez en los 11 metros para cerrar la agonía.
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